Para nombrar el cáncer, los oncólogos siempre han optado por una mentalidad sencilla y pragmática. Por ello, el cáncer de ovario surge y se desarrolla en el ovario. Aunque en un alarde de cruel originalidad, suele empezar en estructuras cercanas comunicantes con el ovario como las trompas de Falopio.
El ovario es un órgano que combina distintos tejidos y funciones, por lo que dentro de este cáncer se agrupan una gran cantidad de tumores distintos, divididos en tres tipos: carcinoma epitelial, tumores de células germinativas y tumores de células estromales.
Sin embargo, estos tres tipos no creen en la igualdad de oportunidades: el 90/95% de todos es el carcinoma epitelial de ovario. Ocurre en las células que cubren el exterior del ovario.
Como la mayoría de los cánceres, su frecuencia aumenta en los países desarrollados. En mujeres es el sexto cáncer más frecuente, después de mama, intestino, pulmón, útero y los linfomas. Curiosamente, a pesar de ser menos frecuente que el de útero, tiene una mayor mortalidad.
Se ha calculado un incremento de la enfermedad desde 1990 a 2017 del 84,2%. En menos de 30 años casi se ha duplicado su incidencia.
Es cuarta causa de muerte por cáncer en mujeres en Estados Unidos y primera por cáncer ginecológico en el mundo occidental. Se calcula que una de cada 78 mujeres en el mundo sufrirá cáncer de ovario en algún momento de su vida.
En 2015, a nivel global, hubo 1,2 millones de mujeres afectadas por esta patología, y causó ese mismo año 161 100 defunciones.
Esto se debe a que tiene un diagnóstico difícil, lo que hace que cuando se descubre, se encuentre en estados ya avanzados. También su letalidad se correlaciona con la edad del paciente, siendo más grave cuanto más avanzada sea la edad de la afectada. La edad media de aparición se encuentra entre los 50-59 años. Sin embargo, la mayoría de los diagnósticos ocurren a partir de los 60 años.
La mayoría de los cánceres de ovarios ocurren después de la menopausia.
El chico callado es el peligroso
A esto tenemos que unir que es una patología donde el pronóstico temprano apenas ha avanzado los últimos años. Es una enfermedad con pocos síntomas. Eso le permite alcanzar un estado avanzado sin que la mujer lo perciba. Solo el 30% de los casos son descubiertos en las primeras etapas.
El primer síntoma que suele notarse es un malestar leve en la parte inferior del abdomen. Que puede ser tanto cáncer de ovario como gases. Si con el tiempo el dolor aumenta y surge una pérdida de peso y anemia, los gases podemos descartarlos. Estos síntomas pueden alargarse durante meses antes de que se llegue al diagnóstico correcto.
Los síntomas físicos más graves que ayudan a distinguirlo de otras enfermedades ocurren cuando hay metástasis o cuando ha alcanzado tanto tamaño que causa dolor al presionar otros órganos de la región abdominal y pélvica.
Debido a que el ovario secreta hormonas femeninas, en algunos casos la producción hormonal aumenta, lo que puede ayudar a un diagnóstico más rápido y eficaz.
Desgraciadamente no existe ninguna prueba fiable que garantice la detección de la enfermedad. Al igual que con la endometriosis (consulta nuestro blog), es habitual el uso de laparoscopias para confirmar y determinar el estado de la patología.
Cuando se realizan laparoscopias o cirugías, se aprovecha para realizar biopsias del tejido tumoral.
Para comprobar la presencia del cáncer también se miden distintos marcadores tumorales, como el CA 125, una glucoproteína producida en diversos epitelios. Si bien no es buen marcador de cáncer, una vez se ha confirmado que el paciente presenta la enfermedad, sí es útil como control de la respuesta al tratamiento y factor de pronóstico.
En el caso de las masas anexiales (masas de tejido cerca del útero, que pueden o no ser tumorales malignos) se utilizan ultrasonidos transvaginales para reconocerlas.
Una vez se ha confirmado el cáncer, el tratamiento varía según el tamaño y posición del tumor, si ha logrado alcanzar o no otros tejidos, y la condición física del paciente.
Los tratamientos más frecuentes son cirugía, quimioterapia y terapia biológica.
Cuando sale de turismo e invade otras regiones del organismo, suele propagarse a la zona del abdomen, ganglios linfáticos, pulmones (por alguna razón los cánceres adoran hacer metástasis a los pulmones) y el hígado.
El factor de riesgo más característico de este cáncer es la cantidad de tiempo que pasa la mujer ovulando. Por tanto, cualquier factor que aumente la cantidad de ciclos ovulatorios que experimenta la persona aumenta automáticamente el riesgo de desarrollar la enfermedad.
De la misma manera, todo lo que suprima la ovulación se considera un factor protector.
Esto incluiría haber tenido hijos (lo que no hace un hijo por su madre) o el uso de anticonceptivos orales. Durante el embarazo, las mujeres no ovulan, por lo que el número de ciclos ovulatorios que pasan en comparación a una mujer que no tenga hijos es menor. En este caso, tener hijos gana a tener gatos.
Uno de ellos sería por ejemplo el uso de tratamientos de estimulación ovárica contra la infertilidad. Su uso durante un año o más de tiempo aumentan la incidencia. Las células ováricas terminan DEMASIADO estimuladas. También tendríamos en esta lista pasar una menarquia temprana o una menopausia tarde.
La presencia de quistes o endometriosis, y parientes cercanos que hayan sufrido la enfermedad, se consideran también otros factores de riesgo.
Genética como factor de riesgo
Cuando se debe a un factor genético hereditario se denomina cáncer de ovario familiar o hereditario, y se calcula que el 5-10% de los cánceres de ovario pertenecen a este grupo. Algunos autores recomiendan el uso de anticonceptivos orales como quimioprevención en mujeres que tienen un riesgo hereditario elevado.
Estas personas no solo tienen mayor probabilidad de desarrollar el cáncer, sino que, además, de media lo desarrollan 15 años antes que los individuos sin predisposición genética.
Cuando hay mutaciones en los genes BRCA1 y BRCA2, dos genes tétricamente conocidos por su vinculación al cáncer de mama, las probabilidades aumentan. Es considerado uno de los mayores factores de riesgo para este cáncer, siendo más peligrosas las mutaciones en el gen BRCA1 que en su compañero número 2. Mujeres con el gen BRCA1 alterado tienen un 39 % – 44 % de riesgo de cáncer de ovario.
Otros genes vinculados al cáncer de ovario son, entre otros, NF1, CDK12, CHEK2, RAD51, BRIP1, o PALB2. El gen TP53 es otro habitual, y su pérdida es indicador de un cáncer agresivo. La mayoría de ellos son genes supresores de tumores o que participan en la reparación del ADN.
El gen Erβ (receptor de estrógeno beta), aunque pertenece a la familia de receptores de estrógenos, tiene funciones como supresor tumoral, y se ha encontrado mutado en cánceres de ovario. Las alteraciones en este gen se han registrado también en cáncer de mama (consulta nuestro blog) y cáncer de próstata (consulta nuestro blog).
Algunos síndromes oncológicos familiares (trastornos hereditarios que aumentan el riesgo de sufrir cánceres) también se relacionan con una mayor probabilidad de sufrir cáncer de ovario, como son el cáncer de colon hereditario no polipósico (síndrome de Lynch) y el síndrome de Peutz-Jeghers.
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